La indecisión es algo que afecta a la mayoría de seres humanos en diferente proporción. Se trata de una actitud con un trasfondo útil, pero puede convertirse en una limitación paralizante cuando alcanza cierta magnitud o afecta a determinadas esferas vitales.
Diariamente se nos brinda la oportunidad de tomar decisiones acerca de diferentes opciones. Pueden tratarse de pequeñas y cotidianas determinaciones o de decisiones que cambien el rumbo de nuestra vida. Dedicar un tiempo a la reflexión y reposo de las ideas es útil y necesario, no obstante también lo es aceptar que, en ocasiones, es necesario asumir cierto riesgo para avanzar y superarse con los cambios.
Una óptima educación ha de fomentar tanto las decisiones rápidas como la reflexión, la libertad y la responsabilidad de decidir. Una buena formación personal exige reconocer y ser consciente de los problemas así como de las posibles vías de resolución, permitiendo luego a la persona asumir la responsabilidad de tomar sus propias decisiones.
Es necesario dedicar un espacio a la reflexión, a la duda y dar un tiempo a la situación para que madure. Tan importante es el resultado de las decisiones como el proceso previo que lleva a estas, valorando y estudiando la situación se evita actuar por mero impulso.
En la sociedad actual subyace una urgencia por la pronta decisión, decidir y cuanto antes mejor se considera un valor deseable. En ocasiones suele preferirse un decisor rápido independientemente de la calidad de las decisiones tomadas. El ser humano goza de la libertad para tomar sus propias decisiones y a veces esta puede ser no tomar ninguna de estas. Es preferible actuar con prudencia encontrando el momento adecuado y valorando las consecuencias de la decisión tomada, de manera que esta nos ayude a lograr los objetivos deseados.
Una continua indecisión puede a corto plazo librar a la persona de la responsabilidad de tomar decisiones no obstante a largo plazo la indecisión mantenida implica preocupación y tensión interna. Realmente, lo que más agota y estresa no es tanto el volumen o intensidad de las actividades realizadas sino lo que queda pendiente por resolver, aspecto que la mayoría de las veces depende de decisiones que debemos tomar (deben tomarse). Este estado, si es continuo, merma y deteriora la seguridad personal generando una imposibilidad de tomar una determinación para hacer cualquier cosa.
Es necesario asumir la responsabilidad que tenemos para con nosotros mismos implicándonos en la toma de nuestras decisiones siendo sujetos activos de nuestra propia vida.
Cuando decidir resulta una labor costosa es importante tener en cuenta que ninguna decisión tomada ha de considerarse lo suficientemente rígida como para no volver a analizarla en función de las circunstancias.
Cuando la indecisión se convierte en un hábito esta puede generar:
Determinados factores pueden propiciar indecisión, algunos de estos son:
Ciertas actitudes pueden propiciar la indecisión como constante compañero de viaje:
Ser excesivamente razonador. El ansia de seguridad así como el temor al riesgo pueden retrasar la toma de decisiones. Ante determinadas situaciones y momentos postergar la decisión para buscar más información o mejores alternativas puede ser lo adecuado no obstante si este proceso se dilata sin aportar nuevos datos puede generar un bloqueo en el análisis. Este surge cuando se pone tanto énfasis en el proceso de análisis que la persona queda estancada en él. Lo adecuado sería optar por punto intermedio en el que no haya precipitaciones o improvisaciones ni postergaciones innecesarias.
La perfección como trasfondo. Es posible hacer las cosas de una manera más adecuada o inadecuada pero no perfecta. El ansia por la perfección puede llevar a postergar continuamente la toma de decisiones.
Una constante indecisión puede ser producto de una falta de autoconfianza e inseguridad personal dejando (otorgando) al tiempo el papel de decidir por uno mismo. Confiar en las propias posibilidades abre muchos caminos y es la base para no dilatar innecesariamente la toma de decisiones.
En ocasiones inclinarnos por una u otra determinación puede conllevar importantes cambios o consecuencias. Especialmente en estos casos decidir se torna mas costoso si cabe dando lugar al miedo al error o al cambio.
Tras el miedo se halla el deseo de acertar en la decisión tomada. La persona asume la responsabilidad de decidir y por ello en ocasiones pueden surgir miedos. Es normal sentir cierta inquietud ante los desafíos que se presentan, lo preocupante sería vivirlos con indiferencia.
El temor, en la toma de decisiones, puede ser un estímulo a la búsqueda de mejores alternativas, ante los peligros o amenazas que pueden anticiparse. Pero, si se instala obsesivamente en la mente del que tiene que decidir, tiene un efecto paralizante, bloqueando no solo la capacidad de decidir sino también la de razonar con claridad y actuar.
Al centrar la preocupación en los problemas o amenazas, en la posibilidad del fracaso se resta concentración y energía necesaria para la ejecución del proceso que conduce al resultado. No es que el fracaso no se reconozca como una alternativa, que en definitiva siempre esta presente en cualquier decisión, sino que cuando se anticipa irracionalmente consume más energías que las acciones que deben ejecutarse.
Al tomar las propias decisiones surge una sensación de bienestar personal y autoestima. La persona siente que dirige y es el principal protagonista de su vida asumiendo a su vez de forma responsable el riesgo a equivocarse. La seguridad total no contiene en este sentido ningún aliciente, todo controlado, todo supervisado… dejemos cierto azar, incertidumbre y chispa en la vida.
Es difícil conseguir logros importantes con la indecisión a cuestas. Superarla ofrece la oportunidad de crecer con los cambios y vivir nuevas experiencias. Tras estudiar la situación es enriquecedor abrirse a lo inesperado y desconocido aceptando cierto azar o incertidumbre inherente a toda decisión. Al cuestionarse diferentes aspectos emprendemos cosas nuevas y tomamos el mando de nuestra vida, evitando que sea el azar o el paso del tiempo el que decida por nosotros. Decidir ofrece un poder gratificante.
Tras la toma de decisiones la mente queda limpia de dudas concentrándose en trabajar en la decisión tomada. Una persona que decide razona sobre las acciones a seguir, tiene imaginación para solucionar los posibles problemas. Confía en sí mismo y en sus proyectos, dedicando su esfuerzo y energía donde es necesario.
Crecer es en definitiva una de las facetas más enriquecedoras de la vida así como la ilusión que subyace tras la libre toma de diferentes decisiones. Es importante tener sueños, creer en proyectos, hacer planes. Las decisiones originadas con optimismo y confianza permiten aprender, conocerse y crecer.
Tal y como apunta esta frase “Los que no se arriesgan, pueden evitarse el sufrimiento y el dolor. Pero no pueden aprender, sentir, crecer, cambiar, amar”. Eileen Caddy.
La vida no se trata solo de tomar las decisiones acertadas sino de nuestra actitud para afrontarla y lo que hacemos con las opciones que la realidad nos presenta.
Libros:
Susana Martínez Lahuerta. Psicóloga